
«La paciencia es poder. La paciencia es no actuar impulsivamente, sino seguir el ritmo secreto del universo». Esta frase, atribuida a Laozi, nos revela que la paciencia no es una virtud pasiva, sino una forma de sabiduría activa, íntimamente ligada al Dao y al fluir de la energía vital.
En los textos antiguos del Dao De Jing, la paciencia se entreteje con el principio de wu wei —no interferencia, acción sin esfuerzo—. El sabio no empuja el río, sino que aprende a leer sus remolinos, a flotar sin perderse. La paciencia, entonces, no es esperar como quien aguarda algo fuera de sí, sino cultivar una presencia interna que no necesita apresurarse. Es confiar en que cada brote florece cuando le toca, y no antes.
Los clásicos del Nei Jing (Canon Interno de Huangdi) también lo insinúan: el desequilibrio aparece cuando el cuerpo —y con él, el espíritu— se impacientan, corren, arden. La impaciencia altera el shen, el espíritu consciente, lo separa del qi, y abre la puerta al desgaste. En cambio, el cultivo de la paciencia restablece la unidad, reconcilia el aliento vital con el corazón.
El zen, con su silencio afilado, ofrece otra vía para comprenderla. Dice el maestro Dōgen: «Sentarse en zazen sin esperar nada es la expresión suprema de la paciencia». Aquí no se espera recompensa, ni resultado. Solo se habita el instante, una y otra vez. Y eso, en tiempos donde todo se acelera, se convierte en un reto radical.
Pero ¿cómo cultivar esta flor invisible en el jardín de la vida moderna? La paciencia no se impone: se riega. Se aprende a través del cuerpo que respira lento, del gesto que no se precipita, del oído que escucha sin anticipar la respuesta. En la práctica del Taiji, cada movimiento enseña a resistir el deseo de llegar, a aceptar el vacío entre una forma y otra. En el Qi Gong, la lentitud no es torpeza, sino presencia. Todo nos llama a esa alquimia silenciosa que transforma la urgencia en escucha.
Paciencia es mirar el cielo sin pedirle que aclare, confiar en que el trueno no romperá lo que somos. Es permanecer cuando todo dentro grita por huir. Es arte. Es acto político. Es práctica espiritual.
En este Instituto, donde se cruzan saberes antiguos y respiraciones contemporáneas, creemos que la paciencia no es una debilidad ni una espera resignada, sino un músculo del alma que merece ejercitarse.
Un camino de regreso.
Una danza sin prisa.
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